domingo, 15 de abril de 2007
Piden apoyo para derrumbar muro de silencio sobre colonialismo en Puerto Rico
03:06h. del Viernes, 13 de abril.
ABN /http://www.larepublica.es/spip.php?article4945#forum9018
La vicepresidenta del Comité de Puerto Rico en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Wilma Reverón Collazo, pidió este miércoles apoyo internacional para derrumbar el muro de silencio que existe sobre la situación de colonialismo que vive ese pueblo.
La delegada puertorriqueña ofreció detalles sobre dicha situación durante el desarrollo del XIV Congreso de la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM) que realiza en Caracas del 9 al 16 de abril.
«Pedimos que nos ayuden a derrumbar el muro de silencio que existe alrededor de Puerto Rico, porque nuestros hermanos latinoamericanos no reciben noticias nuestras y piensan que allí se encuentra un pueblo que no está luchando por su independencia, y desconocen que nuestro pueblo, durante 109 años, nunca ha dejado de luchar», aseguró Wilma Reverón.
Asimismo, refirió que dicho país ha sufrido por parte de Estados Unidos (EEUU) «una de las represiones más cruentas y sofisticadas, donde ha habido asesinatos políticos, desapariciones, encarcelamiento y acusaciones falsas contra el pueblo y líderes nacionalistas, comunistas e independentistas».
Indicó que el Comité de Puerto Rico en la ONU solicitará a los presidentes y presidentas latinoamericanos que incluyan en sus discursos ante la plenaria de dicho organismo multilateral el tema de la descolonización de Puerto Rico.
Wilma Reverón recordó que Estados Unidos ocupó a Puerto Rico en 1898 y estableció un gobierno militar hasta 1917. «Luego, hasta 1947, los gobernadores y los ministros de dicho país fueron nombrados por el Presidente estadounidense. En 1947, tuvimos el primer gobernador puertorriqueño, pero designado por Estados Unidos», comentó.
Igualmente, resaltó: «Hasta 1952, con el establecimiento del denominado Estado Libre Asociado, que no es estado ni es libre ni es asociado sino una reformulación del poder colonial, los puertorriqueños eligen a su gobernador y a los asambleístas de su legislatura, un modelo igual al de EEUU, el cual consiste en dos cámaras, un senado y una cámara de representantes».
Del mismo modo, dijo que la mujer puertorriqueña es la principal víctima del colonialismo, «porque la economía está estructurada bajo la forma de la dependencia, donde al sector femenino le resulta más lucrativo quedarse en su casa y recibir ayudas económicas del Gobierno de Estados Unidos».
Explicó que la mujer que decide salir al campo laboral se encuentra con una situación de subempleo y con la falta de beneficios socioeconómicos. «Es una sociedad conformada por menos de cuatro millones de personas, en la cual existen los índices de drogadicción y alcoholismo más altos del mundo y cada año más de 60 mujeres son asesinadas por hombres en casos de violencia doméstica», señaló.
sábado, 14 de abril de 2007
¿Y quién podría creer esto?
La revista británica The Economist se ha preocupado por la destrucción del ambiente porque ya no le quedaba más remedio. Pero lo ha hecho muy inteligentemente, siempre argumentando que hacer algo por el ambiente hoy replicaría en ganancias económicas posteriores. Tal razonamiento ha llevado a sus editorialistas ha darle la razón al presidente cubano Fidel Castro en un artículo que él escribiera la semana pasada en la prensa cubana. ¿Alguien lo puede creer?
Aquí está el artículo íntegro:
Ethanol
Castro was right
Apr 4th 2007
From The Economist print edition
As a green fuel, ethanol is a good idea, but the sort that America produces is bad
IT IS not often that this newspaper finds itself in agreement with Fidel Castro, Cuba's tottering Communist dictator. But when he roused himself from his sickbed last week to write an article criticising George Bush's unhealthy enthusiasm for ethanol, he had a point. Along with other critics of America's ethanol drive, Mr Castro warned against the “sinister idea of converting food into fuel”. America's use of corn (maize) to make ethanol biofuel, which can then be blended with petrol to reduce the country's dependence on foreign oil, has already driven up the price of corn. As more land is used to grow corn rather than other food crops, such as soy, their prices also rise. And since corn is used as animal feed, the price of meat goes up, too. The food supply, in other words, is being diverted to feed America's hungry cars.
Ethanol is not much used in Europe, but it is a fuel additive in America, and a growing number of cars can use either gasoline or ethanol. It accounted for only around 3.5% of American fuel consumption last year, but production is growing by 25% a year. That's because the government both subsidises domestic production and penalises imports. As a result, refineries are popping up like mushrooms all over the midwest, which now sees itself as the Texas of green fuel.
Why is the government so generous? Because ethanol is just about the only alternative-energy initiative that has broad political support. Farmers love it because it provides a new source of subsidy. Hawks love it because it offers the possibility that America may wean itself off Middle Eastern oil. The automotive industry loves it, because it reckons that switching to a green fuel will take the global-warming heat off cars. The oil industry loves it because the use of ethanol as a fuel additive means it is business as usual, at least for the time being. Politicians love it because by subsidising it they can please all those constituencies. Taxpayers seem not to have noticed that they are footing the bill.Bad, good and best
But corn-based ethanol, the sort produced in America, is neither cheap nor green. It requires almost as much energy to produce (more, say some studies) as it releases when it is burned. And the subsidies on it cost taxpayers, according to the International Institute for Sustainable Development, somewhere between $5.5 billion and $7.3 billion a year.
Ethanol made from sugar cane, by contrast, is good. It produces far more energy than is needed to grow it, and Brazil—the main producer of sugar ethanol—has plenty of land available on which to grow sugar without necessarily reducing food production or encroaching on rainforests. Other developing countries with tropical climates, such as India, the Philippines and even Cuba, could prosper by producing sugar ethanol and selling it to rich Americans to fuel their cars.
There is a brighter prospect still out there: cellulosic ethanol. It is made from feedstocks rich in cellulose, such as wood, various grasses and shrubs, and agricultural wastes. Turning it into ethanol requires expensive enzymes, but much research is under way to make the process cheaper. Cellulosic ethanol would be even more energy-efficient to produce than sugar ethanol and would not impinge at all upon food production. Eventually, it might even allow countries with lots of trees and relatively few people, such as Sweden and New Zealand, to grow their own fuel rather than import oil.
That is still some way off. In the meantime, America should bin its silly policy. If it stopped taxing good ethanol and subsidising bad ethanol, the former would flourish, the latter would wither, the world would be greener and the American taxpayer would be richer.
Ethanol is not going to solve the world's energy problems on its own. But its proponents do not claim that it would. Ethanol is just one of a portfolio of new energy technologies that will be needed over the coming years. Good ethanol, that is—not the bad stuff America is so keen on.